domingo, 21 de enero de 2018







Looking for heaven found the devil in me 




Yo maté a Sherezade

Soy la nieta de la niña que fui;
su falta de mi rabia,
mis decepciones y mis triunfos,
mis laberintos y mis lujurias,
mis mentiras, mis guerras,
mis cicatrices y mis viajes erróneos.

[...]

Soy la nieta de la niña que fui:
mi carencia de su despreocupación innata,
de su perfección altruista.

Soy el desastre del amor
y ocurro.

Joumana Haddad




Aunque tú no lo sepas... 

https://www.youtube.com/watch?v=o6OULHNV3js

jueves, 15 de diciembre de 2016

Sin flor no hay olor, sin olor...



Y qué de una historia con un apuesto protagonista, si me la cantan hasta el final...

Y aunque intenté guardar la ropa al mismo tiempo que nadar, 
me he resignado a ir en pelotas mientras dure el mar...
na na nanana... 


On the way

Estas son algunas de las cosas buenas que te pueden pasar cuando crees que no te está pasando nada bueno:

Primera: paseas por la calle de una ciudad lo suficientemente desconocida para embriagarte de encanto al descubrir nuevos sitios bonitos y acogedores que te hagan querer seguir descubriéndola. Que llueva pero no te moleste porque llevas ese abrigo con capucha que tanto te gusta como te queda con el color de la barra de labios que llevas últimamente los días en que quieres verte algo así como entre valiente y sexy. Además llevas lentillas, así que que le jodan a los goterones que se te quedan en las gafas (mientras esquives los que caen en picado al punto de tu cabeza dónde más descubierto quedaba el cuero cabelludo). Y, por qué no, estás fumando aunque nunca lo hagas. Es como más de película indie alternativa ¿no? Como de chica independiente, inteligente y luchadora aunque con cierto aire bohemio y taciturno. Y así es como te sientes, así que, qué coño. Estás sola, puedes hacer lo que te de la gana, puedes sentirte como te dé la gana. Esa es parte de la gracia.

Segunda: Vas en un autobús de vuelta a casa con el corazón un poco más roto de lo que lo tenias cuando saliste de tu casa hace una semana (que no más roto por más sitios diferentes, sino algo más magullado de andar hurgando en la misma herida una y otra vez; la última vez para ser exactos, con la mezcla de alivio y desazón de los-últimos-días-del-hecatombe-de-la-fin-del-mundo-mundial que eso significa por un momento), el asiento de al lado del tuyo está libre y en el móvil te suena una canción que habla de haber estado recorriendo caminos a miles de kilómetros de casa, de dejar los miedos a un lado, los sueños por delante tell them we are, we are on the way. Y vaya que sí. Que tú sabes que estás en un punto de transición, sin saber hacia dónde ni para qué, pero por una décima de segundo la lucidez es infinita.

Y tercera: Hay un montón más de espacio en el sofá en el que no te sientas desde hace días, pero te vienen a recibir pegándose a ti mientras te roban la otra mitad de la manta con la que antes sólo te tapabas tú y ahora tienes que compartir.




Sevilla, 2016. 








lunes, 11 de julio de 2016

Se me ha calado la tristeza en los huesos. Y corro a desnudarme, como si lo que sea que llevo puesto me ahogase y la tela fría de cama al primer contacto con mi piel me aliviase el dolor . Qué fresquita la soledad de debajo de un nórdico recién destapado por primera vez en el día y el encuentro del calor que se da uno mismo cuando, por lo que sea, ya no se espera a nadie más.





...

jueves, 17 de diciembre de 2015

Es como cuando los niños descubren de que frío y recóndito lugar viene Papá Noel y el mundo nunca más es el mismo. Hay otras cosas, claro, pero algo se pierde para siempre, de manera inevitable.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Una No jodida trilogía

Imagina que los actores de Before Sunrise no hubieran sido esos jodidos jóvenes bohemios que hubieran encontrado terriblemente decadente y mundano intercambiarse direcciones o teléfonos, dispuestos a sucumbir ante el romanticismo de lo efímero, de dejarle la vida al azar; que, en un arrebato por hacer perdurar lo que fuera que significase esa noche más allá de la magia de saberse finito, se hubieran garabateado de manera atropellada los números de teléfono en la piel del otro. Y luego… ¿qué? ¿se hubieran whatsappeado?

“Voy en el tren, no puedo dejar de pensar en ti, en la noche que pasamos...”
“Yo tampoco. Fue todo tan increíble… Ya estoy contando las noches que quedan para volver a encontrarnos”
“Yo ya te echo de menos”.

Luego se hubieran seguido escribiendo asiduamente intercalando cariño, curiosidad y nostalgia con datos insignificantes pero ciertamente escogidos sobre el día a día del otro, del que poco o nada sabrían, haciendo sus propias interpretaciones sobre lo leído, sobre las cosas no sabidas por saber, sobre cómo o cuándo, sobre los silencios entre mensaje y mensaje, cada vez más largos, más tristes, más reveladores. Sacando sus propias conclusiones.

Apuesto a que, por lo menos, la mitad de la fascinación carnal se vería perdida entre coberturas, redes y otras formas modernas de mitigar el dolor que supone la distancia para con aquellos en que todo duele más cuando duele.

Así que, suponiendo no encontrarnos en una trilogía de Linklater en la que la casualidad va a hacer que te encuentres con el amor de tu vida en una cafetería parisina años más tarde – y dando por hecho que tener una noche única e irrepetible dónde lo descubriste no sea ya mucho decir-, la mayoría de los mortales se encontrarían ante la siguiente encrucijada: seguimos manteniendo el contacto de manera forzada hasta el próximo encuentro, lidiando con el día a día de nuestros sentimientos encontrados, del miedo que nos produce tomar decisiones trascendentales basadas en el recuerdo de una noche, cada vez más lejana, mientras el hechizo se pierde a través de las teclas del teléfono o la pantalla del ordenador para que luego, con un poco de suerte, funcione algo que nunca más podría volver a ser lo mismo. O aceptamos lo que ha sido honestamente, sabiendo que si ha sido así de bonito es porque tuvo un debido fin.

Y luego está lo que hice yo: luchar por una causa perdida, sin saber si quiera si había alguna lucha al otro lado, perdiendo sensatez en cada intento, entrando en un bucle de desesperación, ansiedad, humillación y vergüenza que conseguiría elevar a la más distinguida de las señoritas a la finísima categoría de locadelcoño, cuando menos.

Así que, en todo caso, todos pierden. Yo sólo elegí hacerlo de la peor manera. Pero -y no es un consuelo-, todos pierden.


Bueno, también podrían haber sido los protagonistas más valientes de la historia, no coger ningún tren y quedarse ahí mismo, en tierra de nadie, desde ese mismo instante, a empezar algo entre los dos. ¡Qué más daría la ciudad, las mejores ofertas de trabajo, la vida pasada de cada uno y no conocerse de nada cuando crees que has encontrado a tu alma gemela! ¡Eh! Y que luego, encima, funcione. Entonces no perderían, pero esto no es una jodida comedia romántica y aquí Jennifer Aniston – o en su versión moderna Katherine Heigl- no están por ninguna parte.