Estas son algunas de las cosas buenas que te
pueden pasar cuando crees que no te está pasando nada bueno:
Primera: paseas por la calle de una ciudad lo
suficientemente desconocida para embriagarte de encanto al descubrir
nuevos sitios bonitos y acogedores que te hagan querer seguir
descubriéndola. Que llueva pero no te moleste porque llevas ese
abrigo con capucha que tanto te gusta como te queda con el color de
la barra de labios que llevas últimamente los días en que quieres
verte algo así como entre valiente y sexy. Además llevas
lentillas, así que que le jodan a los goterones que se te quedan en
las gafas (mientras esquives los que caen en picado al punto de tu
cabeza dónde más descubierto quedaba el cuero cabelludo). Y, por
qué no, estás fumando aunque nunca lo hagas. Es como más de
película indie alternativa ¿no? Como de chica independiente,
inteligente y luchadora aunque con cierto aire bohemio y taciturno. Y
así es como te sientes, así que, qué coño. Estás sola, puedes
hacer lo que te de la gana, puedes sentirte como te dé la gana. Esa
es parte de la gracia.
Segunda: Vas en un autobús de vuelta a casa con
el corazón un poco más roto de lo que lo tenias cuando saliste de
tu casa hace una semana (que no más roto por más sitios
diferentes, sino algo más magullado de andar hurgando en la misma
herida una y otra vez; la última vez para ser exactos, con la mezcla
de alivio y desazón de
los-últimos-días-del-hecatombe-de-la-fin-del-mundo-mundial que eso
significa por un momento), el asiento de al lado del tuyo está libre
y en el móvil te suena una canción que habla de haber estado
recorriendo caminos a miles de kilómetros de casa, de dejar los
miedos a un lado, los sueños por delante tell them we are, we are on
the way. Y vaya que sí. Que tú sabes que estás en un punto de
transición, sin saber hacia dónde ni para qué, pero por una décima
de segundo la lucidez es infinita.
Y tercera: Hay un montón más de espacio en el
sofá en el que no te sientas desde hace días, pero te vienen a
recibir pegándose a ti mientras te roban la otra mitad de la manta
con la que antes sólo te tapabas tú y ahora tienes que compartir.
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